Un infarto cerebral es una emergencia médica potencialmente mortal que puede resultar por causa de dos eventos distintos: isquemia, un infarto cerebral isquémico que ocurre cuando un vaso sanguíneo dentro del cerebro se obstruye, o sangramiento (infarto cerebral hemorrágico), que ocurre cuando un vaso sanguíneo dentro del cerebro se revienta.
Un aneurisma que se revienta puede causar un infarto cerebral hemorrágico que resulta en un sangramiento en los espacios alrededor del cerebro. Puede ser fatal si no se trata de inmediato.
Ambas condiciones, la isquemia y el infarto cerebral hemorrágico, pueden ser el resultado de una enfermedad en las paredes de los vasos sanguíneos. Algunos factores de riesgo y síntomas son iguales, pero existen diferencias importantes.
Distintos síntomas
Los síntomas más conocidos de los infartos cerebrales isquémicos incluyen un lado de la cara caído; el habla arrastrada; la incapacidad de poder levantar un brazo; y debilidad o entumecimiento en un lado del cuerpo. Sin embargo, un dolor de cabeza severo que comienza repentinamente, a veces descrito como un “dolor de cabeza tronante”, puede ser señal de un infarto cerebral hemorrágico. Todas estas importantes señales de alerta requieren una llamada al 911.
Cuando se trata de los aneurismas, hay buenas noticias: los aneurismas que presentan rupturas no son algo común, afectando alrededor de 30,000 personas en los Estados Unidos cada año. Estos representan entre un 3 y un 5 por ciento de todos los nuevos casos de infarto cerebral. En comparación, alrededor de 6 millones de personas en los EE.UU. tienen un aneurisma cerebral que no ha presentado ruptura, o 1 de cada 50 personas.
El síntoma más importante para recordar en relación con un aneurisma que no ha presentado ruptura es un dolor de cabeza severo y repentino, el peor dolor de cabeza de su vida, dijo Guilherme Dabus, M.D. [1], (que aparece en la foto de arriba) director del Programa de Beca de Investigación de Neurorradiología de Intervención en Baptist Health Neuroscience Center [2] y Miami Cardiac & Vascular Institute [3]. Un aneurisma que presenta ruptura también puede producir síntomas tales como nausea y vómitos, visión borrosa o doble de manera repentina, o dificultad para caminar.
Los infartos cerebrales isquémicos son más comunes
Los infartos cerebrales isquémicos, que son mucho más comunes que los aneurismas que presentan ruptura, son la quinta causa principal de muerte en los Estados Unidos y son una de las principales causas de discapacidad entre los adultos. Los infartos cerebrales isquémicos, ocurren como resultado de una obstrucción dentro de un vaso sanguíneo que le suple sangre al cerebro. Un nuevo protocolo de tratamiento [4] ha expandido el criterio para los pacientes que se pueden someter a un procedimiento llamado “trombectomía mecánica”, durante el cual los médicos remueven coágulos de sangre utilizando un dispositivo ensartado a través de un vaso sanguíneo.
“Cuando un paciente se presenta con un infarto cerebral isquémico, puede haber un coágulo grande que está bloqueando un vaso sanguíneo importante en el cerebro”, dice el Dr. Dabus. “Ahora tenemos procedimientos durante los cuales podemos llegar al sitio muy rápidamente a través de la ingle, muy parecido a lo que hace un cardiólogo en el corazón. Sin embargo, en vez de poner stents (como en los procedimientos cardiacos), lo que hacemos es remover el coágulo y resolver la obstrucción el vaso, dándole al cerebro la capacidad de volver a su función normal y dándole al paciente una mejor oportunidad de recuperarse”.
Cómo tratar los aneurismas que no han presentado ruptura
Cuando un paciente es diagnosticado con un aneurisma, este puede haberse reventado, cuando ya están sangrando, o puede no haber presentado ruptura, que es cuando no han sangrado, pero tienen riesgo de sangramiento, dijo el Dr. Dabus. “Ese es el momento en que los tratamos – antes o después de presentar ruptura, o cuando se convierten en una emergencia después de haberse reventado”, añadió él.
Si se ha detectado un aneurisma, pero este no ha presentado ruptura, existen más opciones: o tratamiento u observación. El tratamiento a menudo requiere un procedimiento mínimamente invasivo con una tasa muy alta de éxito de más de un 90 por ciento. La mayoría de los aneurismas se desarrollan después de los 40 años, pero son más prevalentes entre personas de 35 a 60 años. La mayoría de los pacientes tienen la suerte de que sus aneurismas sean detectados incidentalmente a través de un escán por tomografía computarizada (CT) o por imágenes de resonancia magnética (MRI) después de haberse quejado de otros posibles síntomas, primordialmente de dolores de cabeza severos.
“Básicamente, un paciente se somete a pruebas y exámenes para los dolores de cabeza, las migrañas y a veces los problemas sinusales o los problemas de la memoria, y en esos exámenes, tales como los escanes por CT o los MRIs, a veces se pueden identificar esos aneurismas y esos casos son referidos a nosotros”, explica el Dr. Dabus. No todos los aneurismas que no presentan ruptura tienen que ser tratados. Sin embargo, usualmente existe una combinación de factores de riesgo que se toman en consideración, incluyendo la edad del paciente y el historial médico de la familia para los aneurismas”.
La opción de no tratar un aneurisma es de darle seguimiento al paciente para asegurar que dicho aneurisma no esté creciendo.
Ha habido avances significativos en las técnicas endovasculares para tratar los aneurismas que no tienen sangramiento durante los pasados años y el campo continúa evolucionando. Lo más notable es el uso de los dispositivos de embolización que “desvían el flujo sanguíneo”.
Estos dispositivos son parecidos a los stents porque son colocados en un vaso principal, adyacente a un aneurisma. Los dispositivos desvían el flujo sanguíneo en dirección opuesta al aneurisma y proporcionan una especie de armadura para la sanación del vaso sanguíneo con el pasar del tiempo. Se puede navegar un micro catéter y pasar el aneurisma sin tener que entrar en el aneurisma en sí.
“Aun cuando no existe un alto riesgo a corto plazo, este riesgo se acumula con el tiempo”, dice el Dr. Dabus. “Así que, si tenemos un paciente joven, en sus 40, 50 o 60 años, este aún puede tener muchos años de vida por delante. Así que, dependiendo del tamaño o la localización del aneurisma, hace sentido tratar esos aneurismas en vez de darles seguimiento”.