Cuando Dwayne Powell dribla hábilmente una pelota de básquetbol o crea uno de sus estupendos dibujos, Tia Burrows siente mucho más que el típico orgullo de una madre. No es solo su habilidad atlética y artística lo que hace que sus emociones estén a fl or de piel. La mera existencia de Dwayne es casi un milagro, tanto para su familia como para los miembros del equipo multidisciplinario de Baptist Children’s Hospital, quienes lo ayudaron a recobrar la vida.
“Tuvo la bendición de recibir un don”, afi rma la Sra. Burrows. “Estoy segura de que tiene un propósito aquí en la tierra”.
Entrado el mes de septiembre, Dwayne —que en ese entonces tenía 15 años— estaba jugando básquetbol en la clase de educación física, pues quería hacer pruebas para entrar al equipo principal de su escuela secundaria. Estaba bien y, de repente, estaba tirado en el piso del gimnasio.
Obviamente algo grave estaba pasando. Sus ojos estaban en blanco. Su cuerpo se sacudía sin control. Estaba inconsciente y se le difi cultaba la respiración. Cuando llegaron los paramédicos, Dwayne ya no respiraba ni tenía pulso. El electrocardiograma mostró que su corazón estaba en fi brilación ventricular, una alteración mortal del ritmo cardíaco que causa un paro cardíaco.
Se le practicó resucitación cardiopulmonar, y de camino a Baptist Children’s Hospital los paramédicos usaron un desfi brilador dos veces para enviar descargas eléctricas al corazón. Cuando su madre llegó, un grupo de especialistas que fueron convocados desde la unidad de cuidados intensivos pediátricos se encontraban alrededor del cuerpo de su hijo, que estaba en coma. “Me paralicé”, recordó la Sra. Burrows. “Él nunca se había enfermado”.
El Dr. Ricardo Queiro, especialista en cuidados intensivos pediátricos, le dijo a la Sra. Burrows que la afección de su hijo era potencialmente mortal. La Sra. Burrows hizo lo único que podía hacer: “Me fui al baño y empecé a orar”.
Según la American Heart Association (Asociación Estadounidense del Corazón), solo un 10% de las personas que sufren un paro cardíaco fuera de un entorno hospitalario logra sobrevivir. El Dr. Queiro estaba perplejo y muy preocupado.
Dwayne no padecía ninguna afección médica aparente, aunque se encontró que tenía “una arritmia inofensiva” luego de un episodio menor de palpitaciones, según le comentó la Sra. Burrows al Dr. Queiro. Ahora estaba intubado y al borde de la muerte. ¿Se habrá dado un golpe en la cabeza cuando se cayó?
“El resultado del examen neurológico fue terrible: no tenía refl ejos ni reacción pupilar. No respondía a nada”, dijo el Dr. Queiro. “No teníamos idea de qué le había pasado. Se trataba de un joven saludable, por lo que podía ser cualquier cosa: una sobredosis de drogas, un trastorno cardíaco, una infección, meningitis”.
En la unidad de cuidados intensivos pediátricos, un grupo de enfermeros y médicos trabajaron arduamente para corregir los peligrosos desequilibrios metabólicos y electrolíticos causados por la larga duración del paro cardíaco. En el transcurso de una hora, Dwayne (todavía inconsciente) estaba profundamente sedado con el propósito de inducirle una hipotermia terapéutica.
Este tratamiento se utiliza generalmente en pacientes que sufrieron un ataque cardíaco o que estuvieron a punto de ahogarse. La hipotermia terapéutica baja la temperatura del cuerpo a entre 34 y 36 °C (93.2 a 96.8 °F), lo que disminuye la necesidad del cerebro de recibir oxígeno, para prevenir o limitar el daño cerebral. La teoría de los médicos es que al bajar la temperatura corporal —mantenida así por medio de una máquina que circula agua a través de almohadillas puestas alrededor
del paciente—, el metabolismo baja y contrarresta el proceso inflamatorio que provoca hinchazón cerebral y mata las células
del cerebro.
En los últimos años, el personal de la unidad de cuidados intensivos pediátricos ha usado más de seis veces la hipotermia terapéutica con niños heridos o enfermos en estado crítico, y en todos los casos se han obtenido buenos resultados, según señala el Dr. Queiro. Sin embargo, este tratamiento tiene efectos básquetbol secundarios. “Tener a un paciente en estado de hipotermia con un problema cardíaco es muy peligroso”, explicó el Dr. Queiro.
La Sra. Burrows y el padre de Dwayne, usualmente acompañados de los cuatro hermanos de Dwayne, se quedaron junto a él en Baptist Children’s Hospital. Después de haber estado dos días en estado de hipotermia inducida, el personal médico comenzó poco a poco el proceso de calentamiento, sin estar seguros de qué anticipar. La Sra. Burrows se conmovió por la preocupación genuina del Dr. Queiro. “Vi la sinceridad y la compasión en sus ojos. En verdad le estaba poniendo todo su corazón y empeño”.
Luego de que le quitaron los sedantes a Dwayne, empezó a respirar por sí solo, pero aún no se despertaba. Al día siguiente, la enfermera diplomada Christina Anteen, quien decidió trabajar durante su día libre para seguir cuidando a Dwayne, notó que su presión sanguínea subió cuando su madre salió de la habitación, y volvió a la normalidad cuando regresó, lo cual sugería que tenía conocimiento.
Finalmente, Dwayne abrió los ojos y reconoció a su madre, pero no recordaba nada de lo que había pasado. “Preguntaba una y otra vez: ‘¿Por qué estoy aquí?’”, comentó su madre.
En los días siguientes, Dwayne empezó a comer y se le antojó una hamburguesa. Comenzó a jugar a videojuegos. Cuando dio sus primeros pasos temblorosos, fue un momento muy emotivo para el personal de la unidad de cuidados intensivos pediátricos. “Tenían los ojos aguados de la emoción porque nadie sabía cuál sería el resultado y al principio lucía muy mal”, dijo la Sra. Burrows.
Luego se le hicieron pruebas de diagnóstico por imágenes para revisar el cerebro, y los resultados fueron sorprendentemente normales. “Era como si no hubiese pasado nada”, comentó la Sra. Burrows.
El Dr. José Pumarino, cardiólogo pediatra, sospechaba que Dwayne tenía una afección genética como el síndrome de Brugada, que puede causar graves alteraciones al ritmo cardíaco. Pero en el seguimiento médico, las pruebas arrojaron un resultado negativo en cuanto a trastornos cardíacos hereditarios. Al no poder determinar la causa de la peligrosa arritmia de Dwayne, los médicos le implantaron un desfi brilador para enviar una descarga eléctrica al corazón si alguna vez le volviera a suceder.
Hoy en día, Dwayne —que cursa el undécimo grado— sigue adelante. Se concentra en su arte y mantiene su pasión por el básquetbol. “Me siento más tranquilo que mi mamá”, dijo Dwayne. “Aprendí que hay que sacarle el máximo a la vida porque nunca se sabe cuándo pueda pasar algo así”.
Para el Dr. Queiro, el momento más gratifi cante fue al final de la estadía de Dwayne en el hospital. “Es una sensación irremplazable… cuando el paciente se va de la unidad de cuidados intensivos y dice: ‘Adiós, doctor’”.